Esperanza de vida del ser humano será de 100 años

Científicos creen que niños nacidos después del 2000 en países desarrollados serán más longevos.

En 1990, el genetista Gordon Lithgow trabajaba en una compañía farmacéutica en Suiza cuando leyó un documento que le cambió la vida. Era una investigación del laboratorio de Tom Johnson en la Universidad de Colorado que mostraba que la mutación en uno de los genes de los gusanos, el Age-1, aumentaba su esperanza de vida en más de un 50 por ciento. “Me fui a trabajar a su laboratorio por unos pocos años, antes de formar mi propio laboratorio en Inglaterra”, cuenta. “Era muy emocionante ser uno de los pocos lugares en el mundo que estudiaban las genéticas del envejecimiento”.

A comienzos de la década pasada, Lithgow siguió los pasos de su esposa estadounidense –una destacada profesora e investigadora del mal de Parkinson– y se trasladó al Instituto Buck de California, la primera instalación privada e independiente dedicada a la investigación sobre la esperanza de vida de los seres humanos. Desde 1999, sus científicos y doctores han estudiado diversas formas para mejorar y extender las expectativas de salud. Sus estudios han sido aplicados en hongos unicelulares, nematodos y moscas de la fruta, organismos que tienen mucho en común con la biología del ser humano. “Estamos bastante seguros de que los factores que causan el rápido envejecimiento de estos organismos son compartidos con los humanos”, dice Lithgow.

Junto con un puñado de instituciones norteamericanas, los descubrimientos de Buck lideran el campo de la ‘gerociencia’, la ciencia que describe la relación entre la vejez y las enfermedades crónicas.

Desde inicios del siglo XIX, la esperanza de vida del ser humano ha aumentado tres meses por cada año de nacimiento, y estos niveles se han mantenido inalterables en todas partes del mundo, a pesar de las guerras y el brote de enfermedades. A finales de este siglo, las personas que tienen 100 años podrían ser la norma y no rarezas que acaparan titulares en la prensa.

Los números son claros: según un reciente artículo de la revista The Atlantic, en 1840 las mujeres en Suecia vivían en promedio 45 años; hoy su esperanza de vida es de 83. La tendencia se repite en Estados Unidos. A comienzos del siglo XX, las expectativas de vida eran de 47 años. Hoy se espera que los recién nacidos vivan 79. Si consideramos que cada año este número crece tres meses, para mediados de este siglo el promedio escalará a 88 años. A finales de siglo viviremos 100 años y a nadie le parecerá extraño.

¿Cómo se explica este continuo incremento de nuestra línea de vida? Según James Vaupel, el fundador del Instituto Max Planck de Investigación Demográfica en Alemania, esto se debe a dos factores principales. “El primero es el aumento en los estándares de vida, que incluye medioambientes más saludables, una mejor nutrición, aire y agua más limpios y una mejor educación”, afirma. “Y el segundo factor es la mejoría en la salud pública, las intervenciones médicas y los tratamientos de enfermedades”.

El pronóstico de Vaupel es que la mayoría de los niños nacidos después del año 2000 en países con altas expectativas de vida vivirán para celebrar su cumpleaños número 100. Esto no significa solamente que vivirán más tiempo; también implica que lo harán más sanos. “La noción de la tercera edad va a tener que ser repensada”, afirma. “Las personas que hoy tienen 75 años son casi tan saludables como las que tenían 65 hace medio siglo. (En el futuro) la gente estará capacitada para trabajar a edades avanzadas, y la mayoría va a hacerlo para contribuir a su entorno y mantenerse activos”.

 

Menos calorías, más vida

¿Es posible pronosticar cuántos años vamos a vivir? La respuesta depende de nosotros mucho más de lo que creemos. Según el doctor Brian Kennedy, director ejecutivo del Instituto Buck, nuestra dieta alimentaria tiene un impacto directo en enfermedades del corazón y el riesgo de tener diabetes o cáncer. Pero también puede jugar un rol determinante para lograr una vejez saludable. “Una reducción de las calorías, sin que eso signifique la malnutrición, puede extender la línea de vida y la vida sana en todos, desde hongos a primates”, afirma.

Actualmente, el Instituto Buck trata de entender los mecanismos mediante los cuales la reducción de calorías puede ser beneficiosa para el envejecimiento. Una estrategia es apuntar directamente a las secuencias metabólicas con el uso de drogas. Aquí es donde aparece el Rapamycin, una droga inmunosupresora que suele ser utilizada para prevenir el rechazo de órganos trasplantados y tratamientos contra el cáncer. “La sustancia está siendo estudiada ampliamente en el campo del envejecimiento y se ha demostrado que extiende la vida de los ratones en un 30 por ciento. Pero lo que más nos entusiasma es su habilidad para aumentar la vida saludable”, dice Kennedy.

Pese a los avances, la posibilidad de aplicar esta sustancia a seres humanos todavía se ve lejana. “Hay un dilema con el Rapamycin y es que puede tener efectos secundarios, especialmente si se usa por un tiempo prolongado”, dice Kennedy. “El más común es una disminución en la tolerancia a la glucosa y una insensibilidad creciente a la insulina. Tomar la droga puede conducir a la diabetes”.

El Instituto Buck no está solo en esta misión. En septiembre pasado, los científicos de la Universidad de California en Los Angeles (Ucla) identificaron un gen que puede retrasar el proceso de envejecimiento a lo largo de todo el cuerpo. Trabajando con moscas de la fruta, los científicos activaron un gen llamado AMPK –un sensor de energía clave en las células– y, al aumentar su cantidad en los intestinos de los insectos, lograron alargar su vida en un 30 por ciento, además de mejorar su salud.

En paralelo, el Centro de Salud Cerebral de la Universidad de Texas (Dallas) está centrado en promover la resiliencia cerebral e inducir la reparación cognitiva y psicológica del cerebro en los adultos mayores. “En las personas que tienen más de 50 años, el ‘permanecer mentalmente en forma’ es la mayor prioridad y preocupación en Estados Unidos”, dice la doctora Sandra Bond Chapman, directora y fundadora de esta institución. Con el aumento de la esperanza de vida, este segmento de la población requiere que su cerebro siga funcionando en su punto más alto durante otro período largo. “Desafortunadamente, la ciencia muestra que el declive cognitivo empieza a los 42 años. En esencia, lo que nos preguntamos es cómo podemos extender la vida útil del cerebro y emparejarla con la posibilidad de vivir más años”.

 

El mundo cambia

Considerando el declive de las tasas de fertilidad, el retiro de los baby boomers y los avances científicos, el número de los adultos mayores en Estados Unidos está destinado a seguir creciendo. Y una sociedad donde la gente vive 100 años implica riesgos y desafíos en todas las esferas. Si los pensionados están incapacitados y demandan servicios cada vez más caros, los costos de salud se dispararán a niveles nunca antes vistos.

El envejecimiento de la población es una preocupación económica mayor en Estados Unidos. Los especialistas han definido el fenómeno como el ‘Tsunami de plata’: de aquí al 2020, se estima que más de un 25 por ciento de la fuerza laboral del país estará integrada por trabajadores de más de 55 años. Por lo tanto, el gran desafío que enfrentan los científicos es extender y mejorar sus niveles de salud.

“Las personas mayores y sanas pueden seguir trabajando, criar a sus nietos y proporcionar la sabiduría que solo puede ofrecer la experiencia”, dice Kennedy. “Ciertamente, los cambios demográficos globales ofrecen una ‘oportunidad dorada’, pero solo si mejoramos nuestra vida útil. Una investigación exitosa sobre el envejecimiento puede, literalmente, cambiar la plata en oro”.

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